TEXTOS DEL ROMANTICISMO
TEXTO A
Cuando me lo
contaron sentí el frío
de una hoja de
acero en las entrañas;
me apoyé contra
el muro, y un instante
la conciencia
perdí de donde estaba.
Cayó sobre mi
espíritu la noche,
en ira y en
piedad se anegó el alma.
¡Y entonces
comprendí por qué se llora,
y entonces
comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de
dolor…Con pena
logré balbucear
breves palabras…
¿Quién me dio la
noticia?...Un fiel amigo…
Me hacía un gran
favor…Le di las gracias.
G.A. Bécquer,
Rimas
TEXTO B
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre las sábanas de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme, por piedad, adonde el vértigo
con la razón me arranque la memoria…
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
Con mi dolor a solas!
G.A. Bécquer, Rimas
TEXTO C
CANCIÓN DEL PIRATA
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.
Navega, velero mío,
sin temor,
que el enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor (…)
Que es mi barco mi tesoro
Que es mi dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el
viento,
Mi única patria, la mar…
José
de Espronceda, Canción del Pirata.
TEXTO D
“Libertad en literatura, como en las artes, como en la
industria, como en el comercio, como en la conciencia. Ha aquí la divisa de la época.”
Mariano José de Larra.
TEXTO E
A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía hacía
saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno
de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi
derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi
pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído (…) Una criada
toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí, hace
una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende como el rocío
sobre los prados, a dejar eternas huellas sobre mi pantalón color perla; la
angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase
atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que
traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos
generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo
y confusión (…)
¡Oh honradas casas donde un modesto cocido y un
principio final constituyen la felicidad
diaria de una familia, huid del tumulto de un convite de día de días!
¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay
para mí, ¡infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga
de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y
tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los
huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla
exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos… Mariano J. de Larra, El
Castellano viejo”, en Artículos.
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